domingo, 31 de enero de 2021

Sueño de tres partes parte dos

 


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Segunda Parte.

La plaza y el túnel. En nuestro viaje hacia el paraíso llegamos a una gran plaza llena de gente muy alegre. Pero la plaza terminaba en un túnel sumamente estrecho y el que quería pasar por él tenía que despojarse de todo lo superfluo, de todo lo no necesario, porque si no era así no cabía por el angostísimo túnel. Entonces recordé la frase de Jesús: “El que no renuncie por amor a mí, a lo que mucho ama, no es digno de mí”. (Mt. 10,37).

Los atados a los animales. Entonces llegamos a un valle donde había muchos individuos, pero cada uno amarrado a un animal. Uno amarrado a un buey, otro a un asno o a un caballo, un tercero a un cerdo y otro a un perro o a un gato o a un conejo.

Y me fue comunicado que los que están amarrados a un buey son los perezosos, en los cuales se cumplirá lo que dijo San Pablo: “El que poco cultiva, poco cosechará”. Y los que estaban amarrados a un asno son los tercos, los testarudos, los que siguen sus caprichos sin hacer caso a lo que les aconsejan los sacerdotes y los superiores. A ellos les dice salmo 22: “No seáis como asnos y mulas que hay que guiarlos con freno y si no nos hacen caso”. Me fue dicho que los que estaban amarrados a unos caballos son los que no emplean su cerebro para pensar en lo eterno y en la salvación del alma, sino solo piensan en lo que es de la tierra y del cuerpo material.

A muchos los vi amarrados a cerdos y revolcándose con ellos entre el barro y me fue dicho que son los que se dedican a las pasiones sensuales y con el pecado se alejan de Dios. Y me acordé del Hijo Pródigo del cual dice el Evangelio que: “Se dedicó a vivir impuramente y lo pusieron a cuidar cerdos”.

Vi a unos amarrados a gatos: son los ladrones. Y otros amarrados a perros: los que dan escándalo y mal ejemplo. Y varios amarrados a conejos: los que son cobardes y no se atreven a defender su santa religión ni a practicarla delante de los demás.

El jardín infectado. Llegamos a un jardín muy hermoso lleno de rosas, violetas y manzanas. Pero apenas nos acercamos a las rosas notamos que en vez de aroma despedían un olor muy desagradable. Y las violetas en vez de oler agradablemente, olían a fetidez asquerosa. Y uno de los jóvenes quiso probar una de las manzanas que allí había y tuvo que vomitar porque tenía un sabor horriblemente feo.

Y me fue comunicado que eso significa los goces materiales que ofrece el mundo: tienen apariencia de belleza y de sabrosura, pero en realidad producen asco y aversión y desagrado.

La muchedumbre del camino ancho. Luego llegamos a una avenida ancha y atrayente y vimos que por allí corría alegremente muchísima gente. Orquestas, conjuntos musicales, gritos y aplausos. Unos bailaban, otros brincaban, y la algarabía de toso era ensordecedora.

Pero notamos con susto que entre esa inmensa multitud que descendía por el camino ancho, iban unos tipos muy elegantes empujando para que no se detuvieran, pero a esos individuos les salían unos cuernos por debajo de sus sombreros.

Entonces me acordé de lo que dice el Libro de los Proverbios: “Hay caminos que a la gente le parecen buenos pero que terminan llevando al desastre”. (Prov. 16,25).

Y una voz dijo: “Miren cuánta gente va viajando tranquilamente hacia el infierno sin darse cuenta”. Entonces nosotros nos devolvimos llenos de susto y en vez de seguir por ese camino ancho que lleva a la condenación nos dirigimos hacia una senda estrecha que subía. Recordábamos aquellas palabras de Jesús: “Que ancha es la vía que conduce a la perdición y cuán numerosos son los que se van por ella, y qué angosto es el sendero que lleva a la Vida Eterna y qué poquitos son los que por él caminan. Viajad por la vía angosta.” (Mt. 7,13).

Y yo pensaba: diré a mis discípulos: recuerden que los placeres conducen a la perdición no son sino mera apariencia.

Ofrecen sólo belleza exterior, pero no alegría interior. Estén alertas para no dedicarse a pecados que los hacen semejantes a los animales, como la pereza, la gula, la impureza, el robo, la desobediencia o el falso respeto humano. Qué triste que tengan que decir de nosotros como del hijo pródigo: se dedicó a vivir impuramente y lo pusieron a cuidar cerdos.

Y en aquel momento, cuando íbamos a empezar a subir por el camino angosto, los muchachos comenzaron a gritar: “Este como que no es el camino. ¡Quizás nos equivocamos de camino! Y al oír estos gritos, me desperté.

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