domingo, 31 de enero de 2021

Sueño de Don Bosco Parte 3

 Tercera Parte.

El puente. Nos volvimos del camino ancho y llegamos otra vez a la inmensa plaza donde había tanta gente y de la cual se podían salir por un túnel muy estrecho. Pasamos por allí pero nos encontramos con que teníamos que pasar por un puente muy estrecho y sin barandas, debajo del cual había un horrible abismo. Los jóvenes se detuvieron asustados. Si dábamos un paso en falso caeríamos a las aguas turbulentas que corrían encajonadas por el tenebroso abismo, y desapareceríamos.

Al fin uno se atrevió a pasar y lo siguieron los demás, poco a poco y con muchísimo cuidado, y logramos llegar al otro extremo sin caer al torrente. Nos había servido ser, como decía Jesús: “Sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes”.

Un camino muy difícil. Encontramos luego un camino sumamente difícil de andar. En un sitio montones de espinas pretendían impedirnos el paso. Más allá piedrononas inmensas que para pasar sobre ellas había que agarrarse muy fuerte con las manos y con los pies, y cada uno tratar de ayudar a subir al que iba cerca. La subida era cada vez más escarpada pero nosotros nos animábamos a no desfallecer, y seguimos subiendo.

Mirábamos hacia arriba y veíamos el recibimiento tan festivo y alegre que allá les hacían a los que lograban subir aquella cuesta, y esto nos animaba a seguir subiendo aunque las dificultades fueran cada vez más grandes.

En la cumbre, pero casi solo. Al fin llegamos a la cumbre de la montaña. Los que estaban allí se preparaban para hacernos un gran recibimiento, cuando yo me volví a mirar cuántos habían llegado conmigo hasta la altura y con enorme tristeza vi que de todos mis 800 y más discípulos que habían emprendido conmigo aquel camino hacia el paraíso solamente tres o cuatro habían logrado llegar hasta allá.

Y los demás, ¿qué les sucedió por el camino? – pregunté.

Y una voz me respondió: “Los demás se han quedado estancados en distintas partes del camino. Mire bien y verá dónde se han quedado. Quizás si siguen luchando logren llegar hasta la altura”.

Me puse a mirar y vi que unos estaban distraídos recogiendo caracoles. Otros hacían ramos con flores silvestres. Algunos recogían frutas verdes y varios se dedicaban a perseguir mariposas. Hasta había quienes estaban coleccionando grillos y muchos se habían sentado a descansar tranquilamente en la sombra de un matorral.

Yo me puse a gritarles que no se dedicaran a esas boberías inútiles, que éste no era tiempo de dedicarse a descansar, que no se detuvieran en la subida, que siguieran caminando hacia la altura. Unos poquitos, unos ocho me hicieron caso. Los demás siguieron dedicados a esas inutilidades.

A mí me daba pena llegar con un grupito tan reducido al paraíso, y les dije a mis pocos compañeros: espérenme aquí que yo bajo a tratar de hacer subir a los rezagados.

Y me vine cuesta abajo animando a unos, empujando a otros hacia arriba y hasta regañando a algunos muy despreocupados. Les repetía afanosamente: “Sigan caminando hacia arriba. No se queden en mitad del camino del paraíso por dedicarse a cosas que no valen la pena… sigan, suban”.

Y bajé hasta donde empieza la subida de la montaña y allí encontré muchos desanimados que ya no querían hacer sacrificios para llegar al paraíso, sino que pensaban dedicarse a la vida fácil sin hacer esfuerzos por subir.

Animé a todos a emprender de nuevo el camino hacia las alturas y cuando ya iba a comenzar a caminar hacia la alta montaña, me tropecé con algo y me desperté.

Quiero terminar esta narración diciéndoles: “De 800 que empezaron la subida sólo cuatro llegaron directamente al Cielo.

¿Y los otros? Tendrán que quedarse en el Purgatorio pagando los pecados. Para unos el Purgatorio será muy cortico, pero para otros puede ser muy largo. Y algunos me preguntará: “¿Qué debo hacer para que mi Purgatorio no sea tan largo?”.

Yo le respondo: “Gane indulgencias”. Indulgencias es el perdón de una parte de la pena que se debe pagar por el pecado.

La Iglesia Católica tiene poder de conceder indulgencias, porque Cristo dijo a los Apóstoles: “Todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el Cielo”. La Iglesia ha concedido indulgencias a quienes le ofrecen a Dios el trabajo que hacen. También se gana indulgencia cada vez que se ofrece a Dios un sufrimiento o se da una limosna por amor de Dios.

Gana indulgencia quien asiste a la Santa Misa y quien comulga y el que reza el Rosario o visita a Jesús Sacramentado en un Templo, etc

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